Buenos días a todos,
hoy os traigo un microrrelato, corto y fácil de leer. Es el relato que mandé al Concurso de Relatos sobre la Guerra Civil que se hizo en julio de 2011 en La Ventana de la Cadena Ser. Juanjo Millás lo seleccionó como finalista, ¡gran éxito!
Se lo dedico a mi abuelo, que en paz descanse, y, por supuesto, a todos los Benítez.
Un saludo y aquí lo tenéis.
Mi abuelo no fumaba antes de la guerra. Las vicisitudes del conflicto y
varios cambios de bando para poder sobrevivir, hicieron que comenzara a
fumar. En la Batalla del Ebro el abuelo estaba en su trinchera con el
cigarro en los dedos, pero con tan poca práctica que se le cayó al
suelo. Notó un fuerte golpe y, al incorporarse, descubrió un agujero de
bala que atravesaba su mochila. Jamás dejó de fumar.
martes, 20 de septiembre de 2011
jueves, 8 de septiembre de 2011
Sueños
Hola de nuevo.
Hoy os traigo otro relato corto, esta vez uno de los primeros que escribí. Quedó finalista del II Concurso de Relatos Cortos Luis Adaro, cosa que me llenó de orgullo. No me extiendo más, aquí lo tenéis.
Hoy os traigo otro relato corto, esta vez uno de los primeros que escribí. Quedó finalista del II Concurso de Relatos Cortos Luis Adaro, cosa que me llenó de orgullo. No me extiendo más, aquí lo tenéis.
SUEÑOS
Y
un día despertó.
Y
sintió pánico.
No
tardó mucho en ser consciente de dónde se encontraba. Estaba encerrado en un
saco de dimensiones reducidas, con paredes resbaladizas. Se sentía húmedo y, a
pesar de estar desnudo, no tenía frio. Era una sensación muy agradable. Lo peor
de todo era la oscuridad en la que se hallaba.
No
sabía cuánto tiempo había permanecido inconsciente ni recordaba nada de su
pasado.
“¿Qué
me ocurrió?”, se preguntó, “¿Quién me metió aquí dentro?”
Deseaba
conocer la respuesta.
Intentó
recordar, acceder a lo más profundo de su memoria, pero lo único que consiguió
fueron retazos inconclusos de personas y lugares desconocidos, como
diapositivas fugaces en una pantalla difuminada. Poco a poco las imágenes se
fueron desvaneciendo hasta que quedó sólo, en la penumbra, sin esperanza.
Al
cabo de un periodo de tiempo indefinible reparó en la ausencia de hambre.
“¿Cómo
es posible?”, pensó desesperado.
Llevaría
despierto días enteros pero en ningún momento tuvo la necesidad de comer.
“¿Estoy
muerto?”…
Esa
era la explicación más razonable.
“Si
así es la muerte, entonces es muy cómoda”, “O quizá en mi vida fui una buena
persona y ahora estoy en el paraíso”, se deleitó con sus pensamientos.
Estaba
relajándose cuando un golpe lo sacó de su ensimismamiento. Alguien zarandeó el
saco y volvió a sentir pánico. Esta vez intentó salir. Empezó a dar patadas y
puñetazos con la esperanza de poder liberarse pero, al no conseguir nada,
desistió. Aunque el traqueteo cesó.
Ahora
escuchó algo en el exterior. No logró discernir el tipo de sonido, pero aquello
lo relajaba. Era una melodía rítmica que pronto lo durmió apaciblemente.
Despertó
sobresaltado por algún movimiento brusco. Prestó atención pero el único sonido
que escuchaba era el de su propio corazón. Los latidos eran extraños. Como si
rebotaran en las paredes devolviéndole el eco, pero no le dio importancia.
Escuchó
hablar a alguien en el exterior algo que no entendía. El sonido era cada vez
más nítido. Parecía que sus oídos empezaban a despertarse del largo letargo.
Escuchó una voz hermosa que le produjo una sensación de tranquilidad.
“¿Quién
será?”, se dijo a sí mismo, “Quizá es la persona que me encerró aquí dentro”,
concluyó. Y se relajó pues no parecía importarle. El hecho de saber que no
podía salir de allí acabó por vencerle. Al fin y al cabo no se estaba tan mal.
La
cada vez más intensa mezcla de ruidos, el esporádico resplandor que se filtraba
a través de las paredes, los suaves movimientos, la sensación de estar
flotando, la vida sin necesidades; no le hacía falta nada más. Si la muerte era
eso, no le importaría morir cien veces.
Pero
algo en lo más profundo de su ser le decía que debía estar preparado. “¿Para
qué?”, no dejaba de preguntarse.
Pasó
el tiempo y, de repente, descubrió que no podía respirar. Se aterrorizó durante
un instante al comprobar que estaba sumergido en algún líquido que le impedía
respirar. “¿Qué clase de tortura es esta?”. La diapositiva de una bolsa con
agua y un gran pez dentro pasó por su mente durante un segundo para luego
desaparecer.
El
terror de sentir como se ahogaba hizo que volviera a pelear por salir. Tuvo que
darle un golpe a alguien porque se escuchó un quejido apagado. Pero el siguió
agitándose hasta que el shock le provocó el desmayo. Sintió que moría de
verdad.
Volvió
a despertar descubriendo que no necesitaba respirar. Se olvidó de ello porque
ahora se sentía más estrecho en su prisión. “¿Me cambiaron de sitio mientras
dormía?”, se preguntó, “Pero, ¿Por qué?”.
Empezó
a sentir curiosidad por todo. Se palpó el cuerpo, explorando el contorno como
si no conociera sus formas. Mientras se tocaba, notó algo extraño. Localizó un
brazo pero… ¡No era el suyo! Sintió miedo. No estaba solo. Su mente bullía con
preguntas.
“¿Cómo
es posible que no me diera cuenta hasta ahora?”, “Alguien lo metió mientras yo
estaba inconsciente”, “Quizá es otro preso”. Una oleada de sentimientos afloró
en su cuerpo. La sensación del espacio robado, el bienestar atacado. El miedo
pasó a la ira, la forma de protección primigenia del ser humano.
Intentó
deshacerse del otro. Le dio patadas y golpes con los puños, pero aquel
respondió. Se inicio una pelea dentro de la, hasta ese momento, dulce prisión.
El objetivo estaba claro, tenía que expulsar al intruso que, a todas luces seguro,
quería quitarle su lugar privilegiado. La lucha en el interior provocó una
respuesta en el exterior. Una luz iluminó tenuemente la escena, pero le faltaba
definición en la vista. Con los ojos bien abiertos sólo vislumbraba sombras.
Con todo ese tiempo a oscuras consideró normal el mal funcionamiento de su
visión. Aún así, acertó a ver que estaba luchando con alguien sospechosamente
parecido a él en las formas.
“¿Qué
pesadilla es esta?”, se inquietó, “¿Estoy peleando conmigo mismo?” “Me acabaré
volviendo loco”. Esa certeza le provocó indecisión. El otro ser quizá pensó lo
mismo porque dejó de golpear. Cansado por la pelea, acabó durmiéndose.
Tuvo
un sueño extraño. El primer sueño que tenía desde que despertó, cosa más
extraña aún. Estaba sentado, junto a más gente, dentro de una habitación
alargada. Todos estaban sentados en la misma dirección. Algunos dormían, otros
hablaban entre ellos y alguno caminaba por el pasillo estrecho que cruzaba la
habitación a lo largo. Miró por una de las muchas pequeñas ventanas alineadas
en las paredes y vio el cielo azul surcado por nubes moviéndose con rapidez.
Sintió una punzada extraña en la cabeza y reparó en un punto del horizonte
donde un minúsculo objeto se hacía cada vez más grande. En pocos segundos el
objeto se hizo enorme y él sintió la urgente necesidad de despedirse de
alguien. Luego toda la escena se desdibujó dejando un haz de luz cegadora.
Despertó
bruscamente.
Algo
o alguien ejercía presión sobre el saco y una fuerte convulsión lo impulsó
hacia arriba o hacia abajo, era difícil de precisar. Sintió miedo y palpó
alrededor sin encontrar nada ni nadie. Estaba solo y se extrañó. “¿Dónde está
el otro?”, “¿Y si lo maté en la pelea?”. Otra fuerte convulsión lo apartó de
sus pensamientos y le hizo concentrarse en sobrevivir. Su prisión se había
convertido en un caos. Todo se movía con violencia. Notó una punzada de dolor.
O salía pronto de allí o podría morir. Buscó una salida y descubrió una pequeña
abertura de donde emanaba una luz radiante. Supo que era la salida. No había
tiempo que perder. Se lanzó de cabeza hacia la luz. Entonces, de repente, algo
frío y duro le agarró por la cabeza y tiró de ella con fuerza, arrastrándolo
hacia el exterior. Una vez fuera la intensa luz inundó sus sentidos.
Súbitamente sintió mucho frío. Estaba indefenso en un vasto lugar sin límites
aparentes. En ese momento su intuición le dijo que volviera adentro, a su
cálida y cómoda prisión. Pero era incapaz. Un gigante le agarraba por los pies
y lo zarandeaba sin compasión. Era su fin.
En
ese momento escuchó un lloriqueo angustioso cerca de él y decidió imitarlo.
Como si de eso se tratara, el llanto consiguió cesar el castigo de aquel ser
cruel. Memorizó la utilidad del llanto para conseguir un fin, mientras
escuchaba una voz familiar y alegre que lo tranquilizó.
Tuvo
la impresión de que era libre. La condena había finalizado.
Pero desconocía que acababa de empezar...
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