miércoles, 19 de octubre de 2011

Elefantes en guerra

Os traigo el primer artículo que escribí para la e-zine Times of War nº6, que lleva la gente de Wargames Spain. Poco a poco iré subiendo artículos. De momento tengo tres y uno en producción.
Que lo disfrutéis.



ELEFANTES EN GUERRA

En el año 804 d.C. el califa de Bagdad envió un elefante de regalo al rey franco Carlomagno. Al parecer, tener un elefante era el sueño del rey cristiano durante toda su vida.
Tal era la fascinación que provocaba ese animal en época tan tardía.
Pero hemos de remontarnos bastantes siglos atrás en la historia para poder observar, en suelo europeo, las cualidades de tan formidable mamífero que dieron lugar a la leyenda.

Un poco de historia
Domesticado en la India entre el 2500 y el 1700 a.C., el uso que se le dio al elefante en un principio fue el de suministro de marfil, carne y pieles. Al domesticarlo se le dieron otros usos, derivados todos de su gran fortaleza física: transporte, agricultura, etc.…
Debemos diferenciar los tres tipos de elefantes que existen incluso hoy día. Por un lado tenemos el elefante africano de la “sabana”, de gran tamaño, con las orejas grandes, la espalda cóncava y poco utilizado en la antigüedad; por otro tenemos al elefante africano “forestal”, más pequeño, con orejas grandes, la espalda recta o ligeramente elevada en su parte trasera y situado en Etiopía y el noroeste de África, usado por los Ptolomeos, Cartago y Numidia; y por último al elefante asiático, originario de la India, más pequeño que el africano de la sabana pero más grande que el forestal, con las orejas pequeñas, la espalda convexa y utilizado por seleúcidas y persas.
El primer testimonio de uso del elefante en guerra proviene de antiguos textos hindúes de los siglos XV-XII (1500-1200 a.C.), perteneciendo al periodo Vedas.
En el Occidente del continente europeo no fue hasta el año 480 a.C. cuando Hanón el Navegante descubrió elefantes en el Atlas africano. Hasta entonces lo único que se conocía en occidente respecto al elefante era el marfil, como producto exótico y  bien de prestigio.
La batalla con elefantes más antigua y documentada, la encontramos en un texto del griego Ctesias que sirvió en la corte del persa Artajerjes II. Ctesias describió la Batalla de Cunaxa (401 a.C.) entre Artajerjes y el joven rebelde Ciro.
El primer europeo que entró en batalla contra elefantes fue Alejandro Magno, quien descubrió el potencial de esas bestias durante la Batalla de Hydaspes (326 a.C.), aunque allí se dedicó a evitarlas en la mayor medida posible.
Tanto Alejandro como sus sucesores hicieron uso de los paquidermos durante sus batallas, aprovisionándose de ellos en la India o, en el caso de los Ptolomeos, en Etiopía.
En Occidente, fue Cartago la primera en utilizar elefantes en guerra. Tras la guerra contra Agatocles de Siracusa (310 a.C.), los cartagineses decidieron reforzar su ejército con la inclusión de elefantes. Estos, poco a poco, fueron reemplazando a los carros como arma de combate.
En el adiestramiento de los elefantes utilizaron sus excelentes relaciones comerciales con el Egipto Ptolemaico para importar instructores e incluso algunos elefantes asiáticos. Estos instructores se denominaban “mahouts” cuyo origen proviene de los instructores hindúes importados por Ptolomeo para entrenar elefantes nativos, pero acabó utilizándose el mismo término para los cuidadores de cualquier nacionalidad.
Durante sus guerras en Italia y Sicilia, Pirro del Épiro utilizó elefantes asiáticos. Causaron gran conmoción en el ejército romano debido al desconocimiento del animal. Pero al final de la guerra, los romanos no sólo ganaron sino que además consiguieron experiencia en la lucha contra elefantes, una experiencia que les serviría en su pugna contra Cartago durante la 1ª Guerra Púnica (264-241 a.C.).
Durante la 2ª Guerra Púnica (219-201 a.C.) se produce la historia más impresionante en lo que a elefantes se refiere: la expedición de Aníbal hacia Italia.
El primer obstáculo serio en el camino fue el cruce del río Ródano. El problema no radicaba sólo en la profundidad y anchura del río sino también en la urgencia del paso, pues un ejército romano avanzaba río arriba desde Massalia. No parece que Aníbal conociera algún otro ejemplo histórico de cómo cruzar un río con elefantes pero puede ser que tuviera experiencia  acumulada en Hispania donde tuvo que viajar muchos kilómetros con ellos a cuestas. Solventó el problema magistralmente construyendo unas balsas grandes cuyo suelo disimularon con tierra y arbustos para que los elefantes no sospecharan y así, no se asustaran.
El segundo gran problema a resolver era el cruce de las montañas, sobretodo por la estrechez del camino. Pero aunque parezca extraño, los elefantes supusieron más una ayuda que un estorbo, ya que fueron imprescindibles para despejar el camino de piedras y otros obstáculos.
Finalmente, los 37 elefantes que empezaron la travesía sobrevivieron, y pudieron luchar contra los romanos en la Batalla del Trebia (218 a.C.). Pero debido a una bajada brusca de la temperatura o alguna otra circunstancia desconocida, se fueron muriendo todos menos uno, el cual es posible que fuera de raza asiática.
Mientras en Italia se estaba incubando la mayor derrota de Roma en toda su historia (Cannas, 216 a.C.), al otro lado del Mediterráneo se daba lugar una de las batallas con mayor número de elefantes documentada en la historia: la Batalla de Rafia (217 a.C.). Esta batalla enfrentó a Ptolomeo IV “Philopator” de Egipto contra Antioco III “el Grande” del imperio seleúcida. Se dio lugar en Siria y agrupó 73 elefantes “forestales” del bando egipcio contra 102 elefantes asiáticos del bando seleúcida. Aunque la victoria fue a parar a manos de Ptolomeo, se puso en evidencia que los elefantes asiáticos tenían mucha más potencia de combate que los “forestales”, debido a su mayor tamaño y, por consiguiente, su mayor fuerza. Polibio nos describe la batalla incluyendo un pasaje en el que combaten dos elefantes entre sí (Polibio V, 84).
Roma utilizó elefantes por primera vez en las Guerras Macedónicas (ss III-II a.C.). Eran suministrados por el príncipe númida Masinisa. Fueron pruebas a poca escala e importancia. En la guerra posterior contra Antioco III tuvieron ocasión de enfrentarse a elefantes asiáticos equipados con toda la panoplia de combate. En las Termópilas (191 a.C.) y posteriormente en Magnesia (190 a.C.) Roma dio cuenta del imperio seleúcida y acumuló una experiencia vital en el combate contra elefantes.
Después de todas estas guerras Roma seguía confiando en sus legiones pero veía elementos positivos en el uso futuro de elefantes en batalla.
Roma utilizó elefantes también en Hispania y en la Galia. Se documenta mediante estelas el uso de elefantes en el asedio a Numancia (153 a.C.) y, posteriormente, en Vindalium (121 a.C.) contra los galos. El miedo que infundía a los supersticiosos bárbaros constituía su mejor baza.
Julio César fue el último general romano de Occidente en enfrentarse a elefantes en batalla. Derrotó a los númidas de Juba en Thapsus (46 a.C.) durante las Guerras Civiles.
En más de 300 años no hubo enfrentamientos contra elefantes en el Mediterráneo.
Los elefantes volvieron a la lucha con el advenimiento del imperio Sasánida de Persia.
Durante los siguientes 170 años hubo conflictos intermitentes entre Roma y Persia, donde los romanos tuvieron que volver a acumular experiencia en la lucha contra elefantes.
Se siguieron usando elefantes hasta la llegada de los Musulmanes, momento a partir del cual su usó quedó restringido a zonas próximas a la India y Asia.

Elefantes en batalla
Según Asclepiodoto, griego que vivió durante el final de la República romana, los elefantes en batalla se dividían en Iliarquías, grupos de 8 elefantes en una sola línea, que constituía la unidad normal en el combate.
Un cuerpo de elefantes era comandado por un Elefantarca (Magíster Elephantorum). Cada bestia estaba al cuidado de un “Elephantagogos” o “Elephantistes”, también llamado “Mahout” en la India. Normalmente el mahout conocía su bestia desde la infancia y seguramente crecía con ella, hasta que un fuerte lazo existía entre jinete y montura.
Portaban mantos vistosos de color púrpura, con ornamentos de oro y plata para aumentar su impresión ante las tropas. A menudo vestían armaduras laterales y frontales para protegerlos de los proyectiles. También era frecuente que llevaran equipamiento de ataque, como refuerzos de metal en los colmillos y torres en sus lomos.
En unas ocasiones, los elefantes cargaban un mahout en el cuello, en otras además llevaban uno o más soldados armados en el lomo, o también podían llevar torres o “castillos” conteniendo hasta 4 guerreros. El uso de estas torres no se atestigua antes del 300 a.C.
De cualquier modo, normalmente era el propio elefante el arma usada para neutralizar la caballería enemiga.
Los cartagineses no usaron torres. La razón radica en que sus elefantes (del tipo “forestal”) no eran tan fuertes como para llevar toda esa panoplia de combate sin perder movilidad y resistencia.
En cambio tanto los seleúcidas como posteriormente los sasánidas las utilizaron continuamente en los suyos del tipo asiático.
Los soldados de las torres debieron ser arqueros, jabalineros o lanceros, y eran, presumiblemente, escogidos por sus habilidades de disparo, juntamente con su agilidad y quizá por su corta estatura.

Tácticas
Algunos elefantes podían ser guardados en reserva si eran demasiado numerosos para desplegarlos en una sola línea, como Seleuco en Ipsos (301 a.C.) o si eran demasiado pocos, para lanzarlos en el momento crítico, como Nobilior en Numancia (153 a.C.).
La posición normal era una línea simple de elefantes en frente de una parte o de toda la línea de batalla enemiga y no muy cerca de la propia para tener el espacio necesario para retroceder y dar tiempo a la infantería a abrir sus líneas dejando pasar a las bestias en su huída.
También podían situarse en los flancos, como en Rafia, para hacer frente a otros elefantes o a la caballería enemiga, como en Ilipa (206 a.C.).
La distancia entre animales cuando estaban en línea solía ser de unos 30 metros. Cuando los intervalos eran más grandes, unidades de infantería se situaban entre ellos, pero bien pudieran ser alguna especie de escolta de arqueros, honderos o jabalineros.
El terror era el arma primaria  del elefante, terror infligido a hombres y caballos. Eran especialmente útiles contra hombres que se enfrentaban por primera vez a esa amenaza y contra caballos no entrenados.
Los elefantes también proporcionaron una valiosa ayuda en los asedios. Ofrecían una salida a los sitiados, como en Capua (211 a.C.); alzaban hombres al nivel de los muros para observar o atacar; incluso podían transportar pequeñas piezas de artillería en sus lomos.
El bando opuesto desarrolló todo tipo de métodos para intentar anularlos.
En medio del combate, lo obvio era intentar aislar y derrotar a las bestias individualmente, acosándolas por el flanco y la retaguardia. Se utilizaron armas especiales para este propósito, como las cimitarras y hachas usadas por Alejandro en Hydaspes.
Tropas ligeras a pie o a caballo se situaban por delante para acosarlos, y los honderos buscaban matar al mahout como en Thapsus.
Métodos más elaborados incluyeron el uso de vigas de madera con púas de acero montadas en carros, como las que usaron los romanos contra Pirro en Ausculum (279 a.C.); o la “carroballista”, una gran ballesta montada sobre un vehículo tirado por dos caballos o mulas.
El fuego fue un arma valorada y el ruido podía ser determinante. En Zama (202 a.C.) algunos elefantes se espantaron y retrocedieron ante el sonido agudo de las trompetas romanas.
Una fuerza de disuasión menos convencional fue el uso de cerdos, como contra Pirro en Beneventum (275 a.C.). Por alguna razón, los cerdos provocaban el pánico entre los elefantes, quizá por su manera de moverse o por sus ruidos característicos.
Las zanjas también fueron útiles para frenarlos. Otras barreras incluyeron placas con clavos incrustados, usados por Poliparco en Megalópolis (318 a.C.), y “minas” con púas de acero dejadas en el suelo y disimuladas, como Ptolomeo en Gaza (312 a.C.).
Propensos a ser asustados, quizá por un ruido o movimiento súbito, se convertían, en ingobernables cuando los herían o moría su mahout.

Elefantes en DBA/DBM
Los mayores handicaps de este tipo de tropa consisten en su elevado coste en puntos y en su poca movilidad. Esto motivos hacen de los elefantes algo raro de ver en los tableros, o al menos en pocas cantidades.
No obstante, su elevado factor de combate lo hace prácticamente útil para enfrentarse a cualquier tipo de tropa en el campo de batalla, aunque está especialmente preparado para combatir a tropas montadas. Es sobretodo contra los caballeros cuando el elefante muestra todo su poder.
Lo realmente difícil del manejo de elefantes en batalla, es conseguir llevarlo allí donde queremos. Ya que cuesta muchos pips o puntos de movimiento mover este tipo de tropa, sobretodo si son largas distancias, el primer factor fundamental para el buen uso del elefante es un buen despliegue. Si lo llevamos de una punta a otra del tablero, posiblemente cuando llegue, todo habrá acabado, con lo cual es mejor colocarlo en la parte central.
Las tropas que más les dañan son la artillería y las tropas ligeras. Es relativamente fácil esquivar a la artillería enemiga (excepto la montada en carro), por lo que el principal escollo para el elefante será el uso experto de tropas ligeras por parte del enemigo. Para evitar este percance, el segundo factor importante en el ataque con elefantes es llevarlos al combate con un apoyo adecuado, de infantería a poder ser, y siempre teniendo en cuenta el posible hueco que produciría la súbita muerte del paquidermo.
Teniendo en cuenta estos consejos, sólo queda decir que el efecto más importante que produce el elefante en el enemigo es el psicológico. A menos que sea un jugador experto en el combate contra elefantes, se pondrá lo suficientemente nervioso cometiendo errores o, como mínimo, gastando muchos pips, cosa que beneficiará al usuario de ese tipo de animales.




By Carthaginian

martes, 20 de septiembre de 2011

Microrrelatos

Buenos días a todos,
hoy os traigo un microrrelato, corto y fácil de leer. Es el relato que mandé al Concurso de Relatos sobre la Guerra Civil que se hizo en julio de 2011 en La Ventana de la Cadena Ser. Juanjo Millás lo seleccionó como finalista, ¡gran éxito!
Se lo dedico a mi abuelo, que en paz descanse, y, por supuesto, a todos los Benítez.
Un saludo y aquí lo tenéis.

Mi abuelo no fumaba antes de la guerra. Las vicisitudes del conflicto y varios cambios de bando para poder sobrevivir, hicieron que comenzara a fumar. En la Batalla del Ebro el abuelo estaba en su trinchera con el cigarro en los dedos, pero con tan poca práctica que se le cayó al suelo. Notó un fuerte golpe y, al incorporarse, descubrió un agujero de bala que atravesaba su mochila. Jamás dejó de fumar.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Sueños

Hola de nuevo.
Hoy os traigo otro relato corto, esta vez uno de los primeros que escribí. Quedó finalista del II Concurso de Relatos Cortos Luis Adaro, cosa que me llenó de orgullo. No me extiendo más, aquí lo tenéis.



SUEÑOS

Y un día despertó.
Y sintió pánico.
No tardó mucho en ser consciente de dónde se encontraba. Estaba encerrado en un saco de dimensiones reducidas, con paredes resbaladizas. Se sentía húmedo y, a pesar de estar desnudo, no tenía frio. Era una sensación muy agradable. Lo peor de todo era la oscuridad en la que se hallaba.
No sabía cuánto tiempo había permanecido inconsciente ni recordaba nada de su pasado.
“¿Qué me ocurrió?”, se preguntó, “¿Quién me metió aquí dentro?”
Deseaba conocer la respuesta.
Intentó recordar, acceder a lo más profundo de su memoria, pero lo único que consiguió fueron retazos inconclusos de personas y lugares desconocidos, como diapositivas fugaces en una pantalla difuminada. Poco a poco las imágenes se fueron desvaneciendo hasta que quedó sólo, en la penumbra, sin esperanza.
Al cabo de un periodo de tiempo indefinible reparó en la ausencia de hambre.
“¿Cómo es posible?”, pensó desesperado.
Llevaría despierto días enteros pero en ningún momento tuvo la necesidad de comer.
“¿Estoy muerto?”…
Esa era la explicación más razonable.
“Si así es la muerte, entonces es muy cómoda”, “O quizá en mi vida fui una buena persona y ahora estoy en el paraíso”, se deleitó con sus pensamientos.
Estaba relajándose cuando un golpe lo sacó de su ensimismamiento. Alguien zarandeó el saco y volvió a sentir pánico. Esta vez intentó salir. Empezó a dar patadas y puñetazos con la esperanza de poder liberarse pero, al no conseguir nada, desistió. Aunque el traqueteo cesó.
Ahora escuchó algo en el exterior. No logró discernir el tipo de sonido, pero aquello lo relajaba. Era una melodía rítmica que pronto lo durmió apaciblemente.
Despertó sobresaltado por algún movimiento brusco. Prestó atención pero el único sonido que escuchaba era el de su propio corazón. Los latidos eran extraños. Como si rebotaran en las paredes devolviéndole el eco, pero no le dio importancia.
Escuchó hablar a alguien en el exterior algo que no entendía. El sonido era cada vez más nítido. Parecía que sus oídos empezaban a despertarse del largo letargo. Escuchó una voz hermosa que le produjo una sensación de tranquilidad.
“¿Quién será?”, se dijo a sí mismo, “Quizá es la persona que me encerró aquí dentro”, concluyó. Y se relajó pues no parecía importarle. El hecho de saber que no podía salir de allí acabó por vencerle. Al fin y al cabo no se estaba tan mal.
La cada vez más intensa mezcla de ruidos, el esporádico resplandor que se filtraba a través de las paredes, los suaves movimientos, la sensación de estar flotando, la vida sin necesidades; no le hacía falta nada más. Si la muerte era eso, no le importaría morir cien veces.
Pero algo en lo más profundo de su ser le decía que debía estar preparado. “¿Para qué?”, no dejaba de preguntarse.
Pasó el tiempo y, de repente, descubrió que no podía respirar. Se aterrorizó durante un instante al comprobar que estaba sumergido en algún líquido que le impedía respirar. “¿Qué clase de tortura es esta?”. La diapositiva de una bolsa con agua y un gran pez dentro pasó por su mente durante un segundo para luego desaparecer.
El terror de sentir como se ahogaba hizo que volviera a pelear por salir. Tuvo que darle un golpe a alguien porque se escuchó un quejido apagado. Pero el siguió agitándose hasta que el shock le provocó el desmayo. Sintió que moría de verdad.
Volvió a despertar descubriendo que no necesitaba respirar. Se olvidó de ello porque ahora se sentía más estrecho en su prisión. “¿Me cambiaron de sitio mientras dormía?”, se preguntó, “Pero, ¿Por qué?”.
Empezó a sentir curiosidad por todo. Se palpó el cuerpo, explorando el contorno como si no conociera sus formas. Mientras se tocaba, notó algo extraño. Localizó un brazo pero… ¡No era el suyo! Sintió miedo. No estaba solo. Su mente bullía con preguntas.
“¿Cómo es posible que no me diera cuenta hasta ahora?”, “Alguien lo metió mientras yo estaba inconsciente”, “Quizá es otro preso”. Una oleada de sentimientos afloró en su cuerpo. La sensación del espacio robado, el bienestar atacado. El miedo pasó a la ira, la forma de protección primigenia del ser humano.
Intentó deshacerse del otro. Le dio patadas y golpes con los puños, pero aquel respondió. Se inicio una pelea dentro de la, hasta ese momento, dulce prisión. El objetivo estaba claro, tenía que expulsar al intruso que, a todas luces seguro, quería quitarle su lugar privilegiado. La lucha en el interior provocó una respuesta en el exterior. Una luz iluminó tenuemente la escena, pero le faltaba definición en la vista. Con los ojos bien abiertos sólo vislumbraba sombras. Con todo ese tiempo a oscuras consideró normal el mal funcionamiento de su visión. Aún así, acertó a ver que estaba luchando con alguien sospechosamente parecido a él en las formas.
“¿Qué pesadilla es esta?”, se inquietó, “¿Estoy peleando conmigo mismo?” “Me acabaré volviendo loco”. Esa certeza le provocó indecisión. El otro ser quizá pensó lo mismo porque dejó de golpear. Cansado por la pelea, acabó durmiéndose.
Tuvo un sueño extraño. El primer sueño que tenía desde que despertó, cosa más extraña aún. Estaba sentado, junto a más gente, dentro de una habitación alargada. Todos estaban sentados en la misma dirección. Algunos dormían, otros hablaban entre ellos y alguno caminaba por el pasillo estrecho que cruzaba la habitación a lo largo. Miró por una de las muchas pequeñas ventanas alineadas en las paredes y vio el cielo azul surcado por nubes moviéndose con rapidez. Sintió una punzada extraña en la cabeza y reparó en un punto del horizonte donde un minúsculo objeto se hacía cada vez más grande. En pocos segundos el objeto se hizo enorme y él sintió la urgente necesidad de despedirse de alguien. Luego toda la escena se desdibujó dejando un haz de luz cegadora.
Despertó bruscamente.
Algo o alguien ejercía presión sobre el saco y una fuerte convulsión lo impulsó hacia arriba o hacia abajo, era difícil de precisar. Sintió miedo y palpó alrededor sin encontrar nada ni nadie. Estaba solo y se extrañó. “¿Dónde está el otro?”, “¿Y si lo maté en la pelea?”. Otra fuerte convulsión lo apartó de sus pensamientos y le hizo concentrarse en sobrevivir. Su prisión se había convertido en un caos. Todo se movía con violencia. Notó una punzada de dolor. O salía pronto de allí o podría morir. Buscó una salida y descubrió una pequeña abertura de donde emanaba una luz radiante. Supo que era la salida. No había tiempo que perder. Se lanzó de cabeza hacia la luz. Entonces, de repente, algo frío y duro le agarró por la cabeza y tiró de ella con fuerza, arrastrándolo hacia el exterior. Una vez fuera la intensa luz inundó sus sentidos. Súbitamente sintió mucho frío. Estaba indefenso en un vasto lugar sin límites aparentes. En ese momento su intuición le dijo que volviera adentro, a su cálida y cómoda prisión. Pero era incapaz. Un gigante le agarraba por los pies y lo zarandeaba sin compasión. Era su fin.
En ese momento escuchó un lloriqueo angustioso cerca de él y decidió imitarlo. Como si de eso se tratara, el llanto consiguió cesar el castigo de aquel ser cruel. Memorizó la utilidad del llanto para conseguir un fin, mientras escuchaba una voz familiar y alegre que lo tranquilizó.
Tuvo la impresión de que era libre. La condena había finalizado.
Pero desconocía que acababa de empezar...



miércoles, 24 de agosto de 2011

Tiempos aciagos

Este relato lo escribí para el II Concurso de Relatos Cortos 2011 de Sociedad Nocturna. No quedó muy bien posicionado (son bastante exigentes, je, je.), pero a mi me gusta. Que lo disfrutéis...





TIEMPOS ACIAGOS

El aire en la alcoba estaba cargado. Horas y horas de quemar velas e incienso hacían del ambiente algo pesado. La luz tenue contribuía a llenar la estancia de pesadumbre.
En una esquina, al lado de la cama con dosel y bajo un tapiz con un castillo bordado, había un hombre sentado. Con el pelo blanco, facciones duras y espalda encorvada por años de responsabilidad, el viejo Harold se balanceaba pensativo, jugueteando con el cetro real entre sus manos. El único ruido que acompañaba al chirriar del balancín era el de su propia respiración, pesada y entrecortada a intervalos por accesos de tos bronca.
Un hombre joven, esbelto y rubio irrumpió en la habitación por la única puerta existente. Vestía una chaqueta de cuero hasta los tobillos y abierta, dejando entrever una cota de mallas y una espada al cinto, ambas de fina factura.
Ambos se miraron por un instante.
El joven hizo una reverencia pero el anciano tenía demasiada prisa para protocolos.
- ¿Qué nuevas traes de la guerra, hijo?- inquirió el viejo.
- El final está cerca. Aún queda esperanza.- respondió el recién llegado con la voz melódica propia de un bardo.
- ¿Qué piden ahora mis nobles?- preguntó Harold sin parar de balancearse.
- Sus exigencias son difíciles de cumplir, diría que imposibles.- susurró el joven mirando al suelo.
El balancín se paró y su ocupante se dirigió con pesadez hacia la ventana.  Observó la ciudad a sus pies. La noche había caído y multitud de luces iluminaban las calles. En el horizonte, más allá de la muralla, titilaba el fuego de cientos de hogueras que ardían con furia como si se impacientaran por la llegada del nuevo día.
- Esta noche será tranquila.- dijo pausadamente.- ¿Y Lord Buriac?
- Se encuentra a más de una semana de camino, tendremos que resistir sin su ayuda.- contestó el hombre rubio.
- ¿Qué dicen los gremios, Dorian?- pregunto Harold tras una larga pausa.
- Les he trasladado vuestras exigencias pero no lucharán. Se rendirán cuando empiece el combate. Prefieren conservar sus negocios antes que a su rey.- respondió Dorian.
El rey paseó su mirada por la ciudad. Había mucho movimiento de soldados y de provisiones en dirección a la muralla.
- Todos me deben sus vidas, desagradecidos.- dijo el rey subiendo el tono de voz.- Los nobles seguirían siendo plebeyos al servicio de un tirano si yo no los hubiera liberado de aquel rey corrupto y degenerado. Me deben su riqueza y sus títulos.- el  rojo afloró a su rostro mientras subía el volumen.- Y los villanos, me deben mucho más que sus malditos negocios, me deben la vida de sus familias. ¿Qué demonios habrían hecho, sino morir, de no ser yo el que hubiese matado al Dragón Radegast? ¿Es que se olvidan que esa lucha me costó a mi mujer y mi hijo?- la última palabra fue un grito y el rey rompió a llorar.
Se dirigió a Dorian y le abrazó.
- Ah, mi fiel Dorian. Dime por qué.- le dio un beso en cada mejilla.- Aun así tengo suerte de contar contigo. Todavía recuerdo cuando te recogí de aquella playa, allí tumbado medio desnudo, medio muerto. Cuidé de ti y te enseñé todo lo que sabes.- Harold acarició la piel fina y blanca de Dorian.- Eres mi esperanza y mi salvación. Juntos hemos creado un imperio, un camino de rosas para todos esos malnacidos.- las lágrimas resbalaron por sus arrugados mofletes.
Por ello, apenas pudo vislumbrar el brillo del metal. Ni siquiera notó cuando una daga se deslizó entre sus costillas. El cuerpo del rey tardó unos segundos en asumir su muerte.
- Todo eso es cierto, mi sire, pero no hay rosas sin espinas.- cantó Dorian en su último réquiem como bardo.

Empezamos...

Empiezo la andadura de este blog con la publicación de los relatos cortos que voy haciendo. Algunos han sido presentados en concursos, otros los hice por diversión. Los iré explicando uno a uno conforme los vaya subiendo.
No esperéis uno por día, no tengo mucho tiempo así que iré poco a poco.
Saludos a todos y bienvenidos a mi rinconcillo.